SIN NOMBRE, SIN APELLIDO

El día Uno, de apellido Enero, nunca podrá ser un antisistema

Redacción/ Sur Media Madrid/ Juan Jurado

El día Uno, de apellido Enero, nunca podrá ser un antisistema, uno de esos días que pasan inadvertidos, envueltos entre rutinas para la masa, reconocidos y reconocibles sólo para esos locos que piensan que la belleza esencial de la vida radica en la fragilidad de un montón de diminutos momentos, inexistentes para los mortales cuerdos.

El día Uno, de apellido Enero, vendrá al mundo entre alcohol, serpentinas, soplamocos y matasuegras, escuchando a gente beoda desafinar canciones entre charangas y panderetas, que vociferaran su nacimiento uva a uva, buscando una suerte esquiva y manoseada, un azar loco y consumista que les llene la vida de vacío.

El día Uno, de apellido Enero, ha sido condenado sistemática y globalmente a la zafiedad de la purpurina y el oropel, del atiborramiento y del exceso, de la felicidad impuesta, del ruido y el sinsentido.

El día Uno, de apellido Enero, sueña con los marginados, con aquellos que lo recibirán en silencio, quizás, si pueden, en la soledad del amor de todos los días, de cada día o con la tristeza silenciosa que provocan las ausencias, sobre todo, en estos días con nombre y apellidos. Por eso, en sus adentros, le gustaría pasar de puntillas, sin ruido, arropado por el sueño.

El día Uno, de apellido Enero, sueña la quimera de ser anónimo, un libro sin autor en el que la gente, una a una, disfrutara, en silencio emocionado, de su amanecer, aunque sea entre el cemento de la ciudad dormida, de su atardecer, pleno de púrpura y nostalgia por los besos y abrazos compartidos, por los momentos de entrega y solidaridad vividos, por los invisibles que dejan eterna huella.

El día Uno, de apellido Enero, quisiera ser uno más en el calendario sin días de la vida. Todo un antisistema.